lunes, 10 de octubre de 2016

El Ciclo Perpetuo

Detengo las manecillas. No avanzo más. Mi motor deja de funcionar. Las piezas de metal se paralizan por completo. Platico con el silencio que poco a poco se adjudica de mi totalidad. Pierdo noción del espacio, me doy cuenta que me encuentro varado en la marea de alta mar. Oigo a lo lejos voces que alguna vez escuché. Me resultan familiar, utilizan palabras de varios lenguajes. Las palabras son silenciadas por el estruendoso sonido proveniente de la pólvora en llamas. Cadenas chocan entre sí, las fronteras alzan sus muros y los puentes son derribados.

La gélida oxidación se apodera de mí. La tinta en papel descongela algunas tuercas. Pero la sangre que percibo empieza a escurrir por todo mi cuerpo, endureciendo mis componentes motoras. Las paredes donde prevalezco empiezan a temblar. Es la fuerza de los sonidos articulados que conjuntan un ideal. Mi máquina comienza a calentarse, los engranajes ruedan. El cristal es sellado con el hierro carmín. Las manecillas pretenden moverse, pero algo las detiene. Me esmero en encontrar aquello que impide el movimiento. En la profundidad se destapan las falsas palabras que me destruyen desde el interior.

Una luz reluciente quema las selladuras del cristal. Una fuerza de procedencia desconocida acelera mi motor. No es un poder divino, ni tampoco el materialismo valorado. Son los latidos que retumban mi esencia, y al final forja un espíritu. Las manecillas se mueven. Logro avanzar. El ciclo comienza de nuevo.