La observo detalladamente, cinco días a la semana, treinta y
cinco horas de lunes a viernes. Siempre está enfrente de todos, siempre
llamando la atención. ¿Por qué será?, tal vez porque sus ojos son unas perlas
brillantes color marrón, o tal vez porque su voz es como una sinfonía para mis
oídos. Podría quedarme horas hablando de lo perfecta que es. Si tan solo pudiera tocar su piel de bebé,
suave. Y es que no puedo aguantarme las ganas de platicar con ella, pero estaba
pensando que tal vez nunca me habla porque le gusto. Es muy obvio, las mujeres
son muy complicadas y siempre le dan pena hablar con el chico que les gusta,
sabias palabras de mi amigo Félix. Por
eso espero hasta que ese momento, esos preciados segundos sucedan. El
viernes, es el mejor día de la semana,
es cuando me siento enfrente de ella. Donde puedo escuchar su dulce melodía
salir de sus labios. Ese olor a coco que siempre se le ha caracterizado, cómo
amo el coco.
Era un viernes, quince de marzo, caluroso con muy pocas
nubes. Todo iba concorde a lo ordinario, pero después de ese día, mi
vocabulario cambió la palabra ordinario a extraordinario. Cuando estaba
pensando en lo bien que estaba peinada, oigo: ¿Diego me prestas un borrador por
favor? Mis pensamientos se detuvieron por un instante, volteé y era ella. El
mundo se detuvo por unos segundos, me estaba mirando fijamente a los ojos, no sé cómo explicar lo que sentí en ese
instante, como si fuera una conexión entre los dos. Alegría, temor, amor, no tengo palabras para
describir cómo pasé esos segundos, estando paralizado bajo el hechizo de su
voz.
-Sí.- Respondí, casi sin aliento.
Saqué mi lápiz de la suerte, el que siempre uso en los
exámenes, y se lo entregué en sus manos. Ese fue el instante cuando sentí su
suave piel por primera vez, fue un masaje para mis dedos.
-Gracias.- Me respondió.
-Si…de
nada.- Respondí, con el poco aliento que me quedaba.
Nunca me había sentido tan satisfecho conmigo mismo, me sentí
orgulloso de mí, lo había conseguido. Sonó el timbre, y comenzó el recreo. Me
juntaba con Félix y Salvador, pero más con Félix porque Salvador le iba a los
Pumas. Estuve platicando casi todo el recreo sobre ella. Félix es muy bueno
dando consejos.
-No te
preocupes… yo siempre veo en las revistas que compra mi mamá, famosos ya bien
rucos que andan con mujeres mucho más jóvenes. –Me dijo Félix.
-¿En
serio?-Pregunté.
-Sí…hay
algunos que se ven tan viejos que su novia parece su hija.-Me respondió con una
carcajada.
El recreo terminó, y todos nos metimos a los salones. Estábamos
leyendo la Invasión Francesa y encontré un fragmento de Napoleón Bonaparte, que
decía “En la guerra, como en el
amor, para llegar al objetivo es preciso aproximarse.” Ahora
sabía que tenía que pasar a la siguiente fase, la plática. Estuve treinta y
siete minutos pensando qué decirle, pero no se me ocurría nada. Parecía que
tenía la muralla china en mi cabeza, no podía concentrarme. De pronto vi a
Félix dos asientos a la derecha de mí, y escribí en un pedazo de papel
arrancado de mi libreta: “¿Qué le digo?”
Me paré para sacarle punta a mi lápiz, y de camino le
entregué el papel. Me fui a sentar, y cuando llegué a mi silla miré el reloj y
eran las dos en punto. Me quedaban exactamente quince minutos de planeación. Volteaba
a ver a Félix, pero no percibía ninguna reacción de él sobre mi mensaje. Tenía
tantas ideas en mi mente, pero estaba indeciso, no sabía qué le iba decir. Podría
preguntarle lo bien que se veía, su dulce olor a coco, no podía pensar bajo la presión del tiempo. Rasguñaba mi borrador de superhéroe de lo
nervioso que estaba, abrí mi lonchera a ver si tenía guardado algo de comida
para obsequiárselo, pero tal vez las mujeres tengan distintos gustos de comida
que los hombres.
Me quedaban ocho minutos antes del timbre. El tiempo volaba,
y no lo podía detener, tenía que hacer algo ya. No podía irme sin haber
platicado con ella, y fue entonces ese momento, cuando Félix me aventó el
papel. Pero pasó algo inesperado, el papel no llegó a mi mesa, sino al lugar
del menos apropiado para ese momento. Era el lugar de Ramón, el único niño que
molestaba, a todos le caía mal. Le pedí
de favor que me diera el papel, y como es de costumbre no me hizo caso y abrió
el papel. Leyó el papel y se empezó a carcajear, yo no le encontré lo gracioso,
así que le traté de quitar el papel. Se estaba burlando de mí, y de pronto
mencionó el nombre de ella en voz alta, el salón quedó mudo. Antes de que
acabara la oración: “ te gusta…”. Le di un derechazo justo en el pómulo
izquierdo. Todos los demás se quedaron atónitos, incluyendo a ella. ¿Qué fue lo
que gané? la mayor vergüenza de mi vida y un boleto a la dirección, seguramente
por un reporte de conducta.
Era mi pero día, todo me había salido mal. Todo puede cambiar
en cuestión de minutos. Ramón y yo nos dirigiríamos a la oficina, seguramente
más avergonzado yo que él ya que el se la vive aquí cada semana. Estoy nervioso de lo que me van a decir, voy a
quedar en ridículo, y sobretodo no podré hablar con ella, este era mi día. Era
viernes, tendría que esperarme tres días para volverla a ver, no podía
aguantar. Mientras tanto, Ramón tenía una bolsa de hielos en su cara. A pesar del
fuerte puñetazo que le di, creo que al que le dolió más, fue a mí.
Sonó el timbre, y se empezó a escuchar el bullicio de los
niños saliendo de su salón. Y de pronto escucho los pasos de alguien con
tacones, debe ser mujer. Era la directora, vieja y amargada, con su falda color
gris. Tenía una mirada que asustaba a cualquiera, nunca antes había estado en
la dirección. Empecé a sentir un pequeño sismo en mis piernas, el cual se
traslado a mis manos. No puedo describir con precisión lo nervioso que estaba en
ese momento. Se sentó en su sillón de
piel color negro, agarró su taza y me miró directo a los ojos.
-La primera vez que te veo en la dirección
Diego, ¿cuéntame qué pasó?- preguntó la directora.
No podía ni hablar de lo asustado que estaba, poco a poco las
palabras empezaron a salir de mi boca, pero mis palabras no tenían coherencia
alguna.
-Ramón
empezó… le pedí que me devolviera mi hoja… y no me hizo caso.- respondí.
La directora desvió la mirada hacia Ramón. El cual no estaba
para nada nervioso, se podía decir que
era su pan de cada viernes. Mientras que hablaba Ramón, se escucho el ruido de
la puerta abriéndose, seguro es mi mamá, pensé. Volteé y era ella, su olor a
coco la delataba, de por sí ya estaba nervioso, ahora con ella mirándome justo
a los ojos, sentí que mi corazón en algún instante iba detenerse por completo. Nos preguntaron unas cuantas preguntas, y le
respondía feliz y sonriente, nunca pensé que me la iba a pasar tan bien en la
dirección de la directora. Terminaron las preguntas, llegó mi mamá y me fui a
mi casa. Todavía mariposas en mi estómago, me sentía tan enamorado, ahora lo
único que me importaba era ella, era mi razón de ser, aunque en realidad no
sabía lo que significaba en esos tiempos.
Pasó el fin de semana en un abrir y cerrar de ojos. Llegó el
lunes y pensé que tendría una nueva chance de platicar con ella. Pero no todo
salió concorde al plan. Entré al salón platicando con Félix, y vi a una señora
sentada en su lugar. Era una señora grande, pelo anaranjado, tenía lentes y a
primera vista parecía ser una persona tranquila. Pero debo decir que fue uno de
los peores lunes de toda mi vida. Nos dijo iba ser la substituta por unos días.
La semana comenzó con el pie izquierdo. La clase era más aburrida que ver un
partido de los Pumas, y mira que son aburridos. Pasó el lunes, luego el martes,
todos en la clase estábamos harto de la substituta. Hasta que a mi se me
prendió el foco, dialogué con Félix durante el receso sobre el plan que tenía
en mente. La única manera en la que pueden correr a la maestra es hacerle saber
a la directora lo mucho que la odiamos.
Era un miércoles en la escuela, era un día nublado. Entramos
al salón y hasta atrás de todas la mesas estaba un pequeño pizarrón con
pequeñas tachuelas. La maestra se levantó de su asiento, y le avisó al salón
que iba ir a la oficina por unas copias. Ese fue el momento perfecto para
realizar el plan. Salió del salón, y me levanté lo más normal del mundo de mi
asiento, fui por unas cuantas tachuelas del pizarrón de atrás. Me acerqué al
asiento de la substituta, y coloqué las cinco tachuelas en la silla. Regresé a
mi lugar, y esperé el momento de la verdad. Me puse a platicar con Félix por un
rato, y le recordé que no dijera nada acerca de las tachuelas, calladito se
veía más bonito, aunque la verdad estaba bien feo el pobre. Entró la señora,
agaché mi cabeza, esperé el sonido de la victoria. Pero esperé, y no pasaba
nada, me alcé y vi a la substituta observando su silla. Plan fallido, y lo pero
de todo es que llegó la psicóloga, y empezó a entrevistar a cada uno de
nosotros hasta que se revelara al culpable. Yo estaba muy nervioso, sabía que
esto era grave, volteé a ver a Félix y le señale con mi dedo índice que no
dijera nada. Sonó el timbre, y seguíamos en el salón, estábamos perdiendo
tiempo de receso. Mis manos estaban bañadas de sudor, yo ya quería irme a
comer mi deliciosa torta de jamón. No
pude más, me levanté y salí del salón a donde estaba la substituta y la
psicóloga. Me entregué, no sé porque pero las lágrimas empezaron a salir de mis
pupilas, tal vez fue de los nervios o simplemente la frustración de no poder
verla nuevamente, la extrañaba.
Y sí, tenía razón, era grave y así fue, me suspendieron tres
días. Por un lado estaba contento de no tener que ver a la substituta ruca,
pero por el otro no podía dejar de pensar en ella. Jueves, viernes y lunes de
suspensión, y finalmente fui el martes. Entré al salón platicando con Félix, y
olí la fresca fragancia de coco. Ahí estaba ella, sentada en su silla, con su
pelo ondulado color marrón, toda una hermosura. Pero no todo iba ser hermoso
ese día. Se sentaron todos, y la clase comenzó. Ella se levantó de su asiento,
tomó lista, y tomó el suspiro más hondo que presenciado. Sabía que algo no
estaba bien.
-Niños, les tengo una buena y mala
noticia, ¿cuál quieren primero?- preguntó.
Tenía razón, esto no pintaba bien.
-La mala.- el salón respondió.
Tomé un respiro hondo para enfrentar lo que se avecinaba.
-Me voy ir a
vivir a Canadá.- respondió la maestra, con un tono triste.
El salón se quedó sin palabras, hasta se podía escuchar el
viento de afuera. Yo no podía creerlo,
todo un sueño, una razón por la cual luchar, destruida en una sola
oración.
-La buena es
que van a tener al Profesor Claudio.- dijo ella.
No sabía si lo que estaba pasando era real, la idea de que se
iba ir todavía no la procesaba en mi mente, la verdad no sabía si no podía o no
quería. Creo no podía llorar de lo triste y decepcionado que estaba. Pero
todavía quedaba tiempo de convencerla para que se quedara, o al menos más
tiempo para estar con ella. Toda la semana faltó, porque tenía asuntos con la
mudanza y otros por resolver. Hasta que el viernes llegó en medio de la clase,
el salón se puso de pie para despedirse de ella. Casi todos con lágrimas en su
cara.
Me levanté de mi asiento, caminé lentamente hacia donde
estaba ella, y le pregunte: “¿Cuando vas a regresar?”
-Pronto
Diego, pronto… te lo prometo.- me respondió llorando.
Lo más triste de todo es que nunca perdí la esperanza de
poder volverla a ver. Quizá se olvido de mi, o tal vez ha estado muy ocupada
que no ha tenido tiempo de visitarnos. Pero nunca voy la voy a olvidar, era tan
perfecta. Fue entonces cuando me di cuenta que el amor es traicionero, pero no
me arrepiento de haberla conocido. Hay veces que vas a tener que arriesgar tu
corazón, y está ha sido la única que ha valido la pena. A pesar de no ser nunca el definitivo, el primer
amor perdura para toda la vida.