La gélida oxidación se apodera de mí. La tinta en papel descongela algunas tuercas. Pero la sangre que percibo empieza a escurrir por todo mi cuerpo, endureciendo mis componentes motoras. Las paredes donde prevalezco empiezan a temblar. Es la fuerza de los sonidos articulados que conjuntan un ideal. Mi máquina comienza a calentarse, los engranajes ruedan. El cristal es sellado con el hierro carmín. Las manecillas pretenden moverse, pero algo las detiene. Me esmero en encontrar aquello que impide el movimiento. En la profundidad se destapan las falsas palabras que me destruyen desde el interior.
Una luz reluciente quema las selladuras del cristal. Una fuerza de procedencia desconocida acelera mi motor. No es un poder divino, ni tampoco el materialismo valorado. Son los latidos que retumban mi esencia, y al final forja un espíritu. Las manecillas se mueven. Logro avanzar. El ciclo comienza de nuevo.