¿Qué
me ves cabrón?— le pregunto
al güey de negro. Pero este ni se inmuta. Sigue fumando su cigarro en la
esquina del cuarto blanco. Me mira fijamente, mas no dice ni madres. Lo ignoro
y vuelvo a lo mío.
—¿En qué me he convertido? Si pudiera
empezar nuevamente a un millón de millas de aquí, me conservaría a mí mismo.—
escribo en mi libreta de ideas rotas.
— Cuando estás lejana, sueño un horizonte
falto de palabras. Y yo sé que siempre estás ahí.—me interrumpe la risa del cabrón de negro.
—¿De qué te ríes?—.
El hombre exhala el humo gris.
—¿Por qué son tan mentirosos?—responde
con voz como del pinche negro que sale en todas las películas.
Tira la colilla al suelo, y se acerca a
mí. Pareciera que sus zapatos pesan un chingo, porque cada paso que da se
escucha cabrón en todo el cuarto. No logro enfocar su rostro, pinches anteojos
no sirven de nada. Sólo veo una silueta negra que crece.
—¿Es para tu próxima antología de
cuentos?—me pregunta al tomar mi libreta.
Me quedo atónito, no sé quién chingados
es, pero sospecho que él sí sabe quién soy. Las gotas gordas empiezan a invadir
mi frente. Mis labios se convierten en desiertos. Mi motor empieza a echar
humo.
—Sí, ya casi lo termino.—respondo con lo
que me queda de aliento.
—Y, ¿por qué te robas versos de otros
poetas y de canciones?—.
Frío. Mis manos se entumecen, mi motor se
acelera. Un flechazo al corazón del poeta.
—Escribe esto.—Me regresa mi libreta.
—¿Qué?—pregunto pasmado.
—La brisa del mar en un lugar distante. Las gélidas tierras del norte,
donde el suelo es tapizado por una alfombra blanca. La arena tostada por el
sol, en un caluroso ambiente rodeada de montañas que se desvanecen con el
soplido del viento. En ninguno de estos destinos encontré el silencio, el
silencio absoluto.—recita
con su pesada voz.
—¿Estás escribiendo?—.
Asiento mientras redacto sus palabras.
—Aquel momento en el cual el tiempo se paraliza, los muros se alzan en el
oculto reino de tu conciencia. Estando despierto o dormido, en el receso de tu
mente, donde tus recuerdos y memorias se fugan. El silencio que uno no puede
distinguir entre la soledad de una vida en la cual no hay amor y el temple
encontrado en un mirar de estrellas en una cálida noche en el Oeste.—
Empiezo
a dudar si este güey es Paulo Coelho disfrazado de pinche dementor.
—¿Quién habla en nombre de nuestra alma?—.
—¿Me estás preguntando?—.
—El silencio—responde, y sigo
escribiendo.
—Para encontrarlo debes dar el primer paso. Aventurarte en la
obscuridad, dejando atrás tus inhibiciones, tus miedos. Entonces, una vez
estando inmerso en el silencio, despertarás en el imaginable mundo de lo
desconocido... el abismo.—
finaliza la palabra y fuma su cigarro.
Termino
de escribir en la libreta.
—Es hora de irnos. —me
dice con una calma que relaja mi alma.
Empiezo
a sentir el frío en mis venas, se nubla mi visión y la sombra me consume. Abro
los ojos y veo al cabrón de negro, este abre una puerta de cristal.
—Bienvenido al umbral, poeta.—
Salvador Dalí, "The Angelus".